04 diciembre, 2009

Carta del Arzobispo de Tánger sobre el aborto

Carta a una amiga… desde lo hondo:

Querida: cada vez que desde dentro, desde lo hondo, me acerco al misterio de la vida y al drama del aborto, tú, tal vez por lo que digo, tal vez por lo que no digo, entiendes que en el ser humano veo sólo a alguien a quien amar, y que su vida es un bien que siempre se ha de cuidar. Lo entiendes, y me envías mensajes que no reprochan mi modo de ver personas y cosas, aunque advierto que reclaman la admisión a trámite de otras miradas.

Hace años, alguien me invitó a participar en una tertulia sobre el aborto, y me asignaba el papel de “defensor de la postura de la Iglesia”. No acepté la invitación, y no porque me viese lejos del sentir de la Iglesia, sino porque la supuesta “doctrina eclesial” que yo debía defender, sería sólo eso, doctrina, principios que, considerados por encima de las personas y al margen de la realidad, estaban condenados a ser percibidos como doctrina indiscutible y a ser rechazados como materia fría, principios que, en la conciencia del oyente o espectador, quedarían interiorizados como indiferentes al sufrimiento, reñidos con la libertad y enemigos del bien de la mujer.

Hoy, en las instituciones, en la prensa y en la calle, alguien ha conseguido organizar a lo grande la vieja tertulia de antaño. Y mucho me temo que “los defensores de la postura de la Iglesia” le estén haciendo a ésta un lamentable servicio. Por mi parte, continúo sin tener doctrinas que debatir con nadie. Sólo tengo lo que vivo, y eso lo puedo compartir contigo y con quienes lo que quieran respetar.

Querida: a la puerta de un cristiano llaman los necesitados, no los principios. Más de una vez, a mi puerta los he visto llegar “con la vida en las manos”, la propia o la de sus hijos. Y lo que esperan es que les ayudemos a vivir.

Por eso rehúso la tertulia, y me obstino en hablar de seres humanos a los que amar; me interesan sus dolores, sus esperanzas, su libertad. De ellos me ocupo, nacidos ya, o todavía en un seno a la espera de nacer. Permíteme, hermana mía, que comparta contigo lo que, pensando en ellos, he compartido antes conmigo mismo:

    Considero inviolable la vida humana. Temo, sin embargo, que obsesionados por la utopía de un mundo sin vidas violadas o profanadas, unos y otros estemos perdiendo en perseguirlo las energías que necesitamos aunar para evitar una sola profanación, una por vez.

    En una mujer que se arriesga a cortar la trama de otra vida enraizada en la suya, no quiero suponer ligereza o maldad, sólo puedo atribuirle una libertad recortada por las circunstancias: soledad, preocupaciones, miedo, tal vez angustia, eventuales intereses, supuestas conveniencias, presiones del entorno, esclavitudes varias, puede que vergüenza… Al margen de convicciones e intereses de parte, todos estamos llamados a colaborar para que esa mujer se vea libre de condicionamientos, y asuma la responsabilidad de sus decisiones.

    Percibo en la sociedad síntomas de un desprecio inconsciente y cruel por la vida de los pobres: Antes de abrirte la puerta, estimo el beneficio que eso me puede traer. Mi seguridad cuenta más que tu necesidad. Cierro los ojos para no verte, y te dejo morir porque no te he visto… ¡Necesitamos ver!

    Si una mujer sin papeles es violada, no la ve el violador, no la ven quienes lo ven, no la ven quienes lo pagan, no la ven quienes tienen bastante con ocuparse de los propios asuntos: ¡Necesitamos ver!

    Lo peor que pueden hacernos los soñadores que se agolpan a nuestras puertas es morirse delante de ellas, pues eso, por un momento, aunque sólo sea por un momento y a destiempo, los hace visibles, y, de paso, sacude nuestra indiferencia: ¡Necesitamos ver!

    Desdichadamente, también en lo que concierne a no nacidos, andamos empeñados en hacerlos invisibles. Usamos silencios y palabras, sofismas y eufemismos, para no ver, para que nadie vea: ¡Necesitamos ver!

    Un día preguntaremos: Señor, ¿cuándo te vimos? Y hallaremos sorprendidos que al Señor lo hemos amado sin verlo, cuando vimos y cuidamos a sus hermanos más pequeños: ¡Necesitamos ver!

    Si queremos seguir siendo humanos, ¡necesitamos ver!

Supongo, hermana mía, que, si se trata de aunar energías para cuidar la vida, si se trata de crear espacios de libertad para escogerla y acogerla, si se trata de ayudarnos honestamente a ver, hay muchas posibilidades de colaboración cordial entre todos los que formamos la sociedad civil. Claro que, no obstante el esfuerzo, tropezaremos siempre con la realidad del aborto. A mí no me toca juzgar, sólo acoger y amar.

    La esperanza es una virgen encinta de un mundo diverso.

    Sólo las mujeres, las madres, conocen la espera,

    porque está inscrita físicamente en sus cuerpos.

    Se espera, no por una carencia, sino por una plenitud,

    no por ausencia que colmar,

    sino por una sobreabundancia de vida que ya presiona”.

    (Ermes Roch)

Pide por tu hermano menor.

+ Fr. Santiago Agrelo Martínez

Arzobispo de Tánger

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