20 diciembre, 2009

Benedicto XVI: la Navidad no es un cuento para niños

Mientras gran parte del planeta apura las últimas horas antes de que comiencen el grueso de las celebraciones, banquetes y demás tradiciones de la época navideña, el papa Benedicto XVI ha apelado este domingo, durante el tradicional rezo del Angelus en la plaza de San Pedro, al sentido más religioso de estas fechas y ha asegurado que "la Navidad no es un cuento para niños" sino que "es la respuesta de Dios al drama de una humanidad en busca de la verdadera paz".

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13 diciembre, 2009

¿EL SECRETO DE LA FELICIDAD?

La felicidad de los demás

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El Dalai Lama

"The Ottawa Citizen"

Sábado, 10 de octubre de 2009

Una gran pregunta subyace en nuestra experiencia, si pensamos en ello conscientemente o no: ¿Cuál es el propósito de la vida?

Creo que el propósito de la vida es ser feliz. Desde el momento del nacimiento, todo ser humano desea la felicidad y no quiere el sufrimiento. Ni los condicionamientos sociales, ni la educación, ni la ideología afecta esto.

Por lo tanto, es importante descubrir lo que traerá consigo el mayor grado de felicidad.

Para empezar, es posible dividir toda clase de felicidad y sufrimiento en dos categorías principales: mental y física.

De los dos, la mente ejerce la mayor influencia en la mayoría de nosotros. A menos que estemos enfermos de gravedad o privados de las necesidades básicas, nuestra condición física juega un papel secundario en la vida.

Por lo tanto, debemos dedicar nuestros esfuerzos más serios para lograr la paz mental.

Desde mi limitada experiencia, he descubierto que el mayor grado de tranquilidad interior proviene del desarrollo del amor y de la compasión.

Mientras más nos preocupemos por la felicidad de los demás, más crecerá nuestro propio sentido de bienestar. El cultivo de un sentimiento de cercanía y calidez por los demás, pone la mente en calma. Esto nos da la fuerza para hacer frente a los obstáculos que nos encontremos.

Es la fuente fundamental del éxito en la vida.

Podemos esforzarnos gradualmente para ser más compasivos, podemos desarrollar tanto verdadera simpatía por el sufrimiento de los demás y la voluntad de ayudarlos a eliminar su dolor.

Como resultado, nuestra propia serenidad y fuerza interior irá en aumento.

La necesidad de amor es la base misma de la existencia humana. Es el resultado de la profunda interdependencia que compartimos con otros.

Algunos de mis amigos me han dicho que, mientras que el amor y la compasión son maravillosos y buenos, que no son realmente muy importantes. Nuestro mundo, dicen, no es un lugar donde esas creencias tienen mucha influencia o poder. Afirman que la ira y el odio están tan dentro de la naturaleza humana, que la humanidad estará siempre dominada por ellas. No estoy de acuerdo.

Nosotros, los humanos hemos existido en nuestra forma actual, alrededor de 100,000 años. Creo que si durante este tiempo la mente humana hubiera sido controlada principalmente por la ira y el odio, nuestra población habría disminuido. Pero hoy, a pesar de todas nuestras guerras, encontramos que la población humana es mayor que nunca.

Esto indica claramente para mí, que el amor y la compasión predominan en el mundo.

La verdadera compasión no es sólo una respuesta emocional, sino un firme compromiso fundado en la razón. Por lo tanto, una actitud verdaderamente compasiva hacia los demás no cambia, incluso si se comportan negativamente.

Por supuesto, el desarrollo de este tipo de compasión ¡no es nada fácil! Para empezar, consideremos los siguientes hechos:

Si la gente es hermosa y agradable o desagradable y perturbadora, en última instancia, son seres humanos, al igual que uno mismo. Al igual que uno mismo, que quiere la felicidad y no quiere el sufrimiento.

Ahora, cuando reconocemos que todos los seres son iguales, con respecto a su deseo de felicidad y de su derecho a obtenerla, automáticamente sentimos empatía y cercanía por ellos. Es entonces que a través de acostumbrar a su mente a este sentido de altruismo universal, desarrollamos un sentimiento de responsabilidad hacia los demás: el deseo de ayudarlos activamente a superar sus problemas.

Permítanme subrayar que esto está a nuestro alcance, teniendo paciencia y tiempo, para desarrollar este tipo de compasión. Debemos empezar por la eliminación de los mayores obstáculos a la compasión: la ira y el odio.

Como todos sabemos estas son emociones, muy poderosas y pueden saturar toda nuestra mente. Sin embargo, pueden ser controladas y se sustituyen por una energía igualmente fuerte que se deriva de la compasión, la razón y la paciencia.

También debo destacar que el sólo pensar en la compasión, la razón y la paciencia no será suficiente para desarrollarlas. Hay que esperar a que las dificultades surjan y luego tratar de ponerlas en práctica.

¿Y qué crea oportunidades de ese tipo? No nuestros amigos por supuesto, sino nuestros enemigos. Ellos son los que nos dan más problemas.

Así que si realmente queremos aprender, debemos considerar a nuestros enemigos como nuestros mejores maestros.

Para una persona que valora la compasión y el amor, la práctica de la tolerancia es esencial, y por eso, un enemigo es indispensable.

Así que debemos sentirnos agradecidos con nuestros enemigos, porque son ellos los que mejor pueden ayudarnos a desarrollar una mente tranquila. Además, a menudo es el caso tanto en la vida personal y pública, que con un cambio en las circunstancias, los enemigos se convierten en amigos.

Así que la ira y el odio son nuestros verdaderos enemigos. Estas son las fuerzas que más necesitamos enfrentar y derrotar, no los enemigos temporales que aparecen de forma intermitente durante toda la vida.

En conclusión, me gustaría ampliar brevemente mis pensamientos más allá del tema de este corto editorial y ampliar el punto: la felicidad individual puede contribuir de una manera profunda y eficaz a la mejora general de nuestra comunidad humana.

Puesto que todos compartimos una misma necesidad de amor, es posible sentir que cualquier persona con la que nos reunamos, en cualquier circunstancia, es un hermano o hermana.

Es absurdo insistir en las diferencias externas, ya que nuestra naturaleza básica es la misma.

Creo que en todos los niveles de la sociedad - familiar, tribal, nacional e internacional - la clave para una vida más feliz y más exitosa del mundo es el crecimiento de la compasión. Todo lo que hace falta es que cada uno de nosotros es desarrollar nuestras cualidades humanas.

El Dalai Lama recientemente se desempeñó como editor invitado del "Vancouver Sun", cuando apareció por primera vez este artículo.

Traducido al español por Lorena Wong

04 diciembre, 2009

Carta del Arzobispo de Tánger sobre el aborto

Carta a una amiga… desde lo hondo:

Querida: cada vez que desde dentro, desde lo hondo, me acerco al misterio de la vida y al drama del aborto, tú, tal vez por lo que digo, tal vez por lo que no digo, entiendes que en el ser humano veo sólo a alguien a quien amar, y que su vida es un bien que siempre se ha de cuidar. Lo entiendes, y me envías mensajes que no reprochan mi modo de ver personas y cosas, aunque advierto que reclaman la admisión a trámite de otras miradas.

Hace años, alguien me invitó a participar en una tertulia sobre el aborto, y me asignaba el papel de “defensor de la postura de la Iglesia”. No acepté la invitación, y no porque me viese lejos del sentir de la Iglesia, sino porque la supuesta “doctrina eclesial” que yo debía defender, sería sólo eso, doctrina, principios que, considerados por encima de las personas y al margen de la realidad, estaban condenados a ser percibidos como doctrina indiscutible y a ser rechazados como materia fría, principios que, en la conciencia del oyente o espectador, quedarían interiorizados como indiferentes al sufrimiento, reñidos con la libertad y enemigos del bien de la mujer.

Hoy, en las instituciones, en la prensa y en la calle, alguien ha conseguido organizar a lo grande la vieja tertulia de antaño. Y mucho me temo que “los defensores de la postura de la Iglesia” le estén haciendo a ésta un lamentable servicio. Por mi parte, continúo sin tener doctrinas que debatir con nadie. Sólo tengo lo que vivo, y eso lo puedo compartir contigo y con quienes lo que quieran respetar.

Querida: a la puerta de un cristiano llaman los necesitados, no los principios. Más de una vez, a mi puerta los he visto llegar “con la vida en las manos”, la propia o la de sus hijos. Y lo que esperan es que les ayudemos a vivir.

Por eso rehúso la tertulia, y me obstino en hablar de seres humanos a los que amar; me interesan sus dolores, sus esperanzas, su libertad. De ellos me ocupo, nacidos ya, o todavía en un seno a la espera de nacer. Permíteme, hermana mía, que comparta contigo lo que, pensando en ellos, he compartido antes conmigo mismo:

    Considero inviolable la vida humana. Temo, sin embargo, que obsesionados por la utopía de un mundo sin vidas violadas o profanadas, unos y otros estemos perdiendo en perseguirlo las energías que necesitamos aunar para evitar una sola profanación, una por vez.

    En una mujer que se arriesga a cortar la trama de otra vida enraizada en la suya, no quiero suponer ligereza o maldad, sólo puedo atribuirle una libertad recortada por las circunstancias: soledad, preocupaciones, miedo, tal vez angustia, eventuales intereses, supuestas conveniencias, presiones del entorno, esclavitudes varias, puede que vergüenza… Al margen de convicciones e intereses de parte, todos estamos llamados a colaborar para que esa mujer se vea libre de condicionamientos, y asuma la responsabilidad de sus decisiones.

    Percibo en la sociedad síntomas de un desprecio inconsciente y cruel por la vida de los pobres: Antes de abrirte la puerta, estimo el beneficio que eso me puede traer. Mi seguridad cuenta más que tu necesidad. Cierro los ojos para no verte, y te dejo morir porque no te he visto… ¡Necesitamos ver!

    Si una mujer sin papeles es violada, no la ve el violador, no la ven quienes lo ven, no la ven quienes lo pagan, no la ven quienes tienen bastante con ocuparse de los propios asuntos: ¡Necesitamos ver!

    Lo peor que pueden hacernos los soñadores que se agolpan a nuestras puertas es morirse delante de ellas, pues eso, por un momento, aunque sólo sea por un momento y a destiempo, los hace visibles, y, de paso, sacude nuestra indiferencia: ¡Necesitamos ver!

    Desdichadamente, también en lo que concierne a no nacidos, andamos empeñados en hacerlos invisibles. Usamos silencios y palabras, sofismas y eufemismos, para no ver, para que nadie vea: ¡Necesitamos ver!

    Un día preguntaremos: Señor, ¿cuándo te vimos? Y hallaremos sorprendidos que al Señor lo hemos amado sin verlo, cuando vimos y cuidamos a sus hermanos más pequeños: ¡Necesitamos ver!

    Si queremos seguir siendo humanos, ¡necesitamos ver!

Supongo, hermana mía, que, si se trata de aunar energías para cuidar la vida, si se trata de crear espacios de libertad para escogerla y acogerla, si se trata de ayudarnos honestamente a ver, hay muchas posibilidades de colaboración cordial entre todos los que formamos la sociedad civil. Claro que, no obstante el esfuerzo, tropezaremos siempre con la realidad del aborto. A mí no me toca juzgar, sólo acoger y amar.

    La esperanza es una virgen encinta de un mundo diverso.

    Sólo las mujeres, las madres, conocen la espera,

    porque está inscrita físicamente en sus cuerpos.

    Se espera, no por una carencia, sino por una plenitud,

    no por ausencia que colmar,

    sino por una sobreabundancia de vida que ya presiona”.

    (Ermes Roch)

Pide por tu hermano menor.

+ Fr. Santiago Agrelo Martínez

Arzobispo de Tánger