12 julio, 2007

DECLARACION DE LA PARROQUIA DE S. CARLOS BORROMEO

Ante la situación de desconcierto creada en estos meses y como seguimos sin
entender la necesidad de cerrar nuestra parroquia, ofrecemos a la Iglesia y a cuantos nos habéis apoyado durante este tiempo, una visión de lo que hemos experimentado y estamos viviendo y el camino que vamos a seguir recorriendo, en comunión y diálogo con la Iglesia, cuya riqueza nace de la unidad en la diversidad, ya que el mensaje del Evangelio es una oferta para todos los seres humanos sin distinción de razas, credos, culturas o sexo.

A comienzos de los años ochenta comenzaron a llegar chavales a algunas
parroquias de nuestros barrios, solicitando ayuda por sus problemas de drogadicción,
fundamentalmente, aunque traían otras cargas detrás, muchos estaban en la calle y
cometían delitos más o menos importantes. Surgieron miedos en algunas feligresías y
curas, por lo que se suscitó un debate sobre si se podía atender o no en la parroquia a jóvenes con ese tipo de problemas. En estas circunstancias se inició la experiencia en San Carlos Borromeo en 1981 con el apoyo del Obispo Alberto Iniesta, siendo el Cardenal de Madrid Enrique Tarancón, dedicándose la parroquia preferentemente a la marginación, dejando en 1986 de ser territorial, por iniciativa del Obispo García Gasco, estando en Madrid el Cardenal Angel Suquia.

Los chicos y las madres

Desde el principio acudían a la parroquia muchos jóvenes y sus familias a pedir
ayuda para salir de su situación. Las madres no comprendían qué estaba ocurriendo con
sus hijos, hablaban de las malas compañías y se sentían estigmatizadas por parientes y vecinos. Tampoco sabían responder al problema de sus hijos. Comenzamos a tener
reuniones con ellas y algún padre. Pronto empezaron a vivir la muerte de sus vástagos, las entradas violentas de la policía en sus casas, las torturas de sus chicos en comisarías y cárceles, incluida alguna muerte en estos centros. La parroquia se convertía en un lugar de dolor del que participaban los feligreses que acudían a las distintas actividades parroquiales. En pocos años decidieron que su vida no tenía sentido sin la lucha por sus hijos y comenzaron a acudir en grupos a comisarías, juzgados, cárceles, denunciando todo lo que estaban conociendo, entre otras cosas, las estafas por parte de ciertos abogados y oficiales judiciales, las amenazas y la corrupción y connivencia policial en el tema del narcotráfico. Además de ello atendían a los hijos de otras madres y animaban a éstas.

Los chavales han acudido de todas partes con sus carencias afectivas, al principio eran los hijos de las familias más pobres y más desatendidas social y humanamente. La mayoría ha sufrido el abandono y el fracaso escolar, la calle ha sido su espacio vital, han pasado por centros o cárceles de menores, conocen los malos tratos y las torturas, su estigmatización como malos y sin solución, con sus miedos e inseguridad. Nuestras casas se han abierto a ellos, hemos buscado trabajo y generado
autoempleo. Eran tabla rasa en cuanto a lo ético y religioso porque no conocían el
afecto. A través de la acogida, el apoyo incondicional y su defensa en tantas cosas,
nació el cariño y con él su seguridad, su capacidad de autoestima y, finalmente, el
sentido ético, el deseo de no hacer daño y de responder a lo que se hacía con ellos.

Recorrido de la fe

Lógicamente fueron los funerales de tantos chavales los que hacían acudir a “los
colegas” y amigos a una celebración en torno a la mesa de Jesús y a su buena noticia. Su primer contacto era descubrirla como la mesa de los excluidos, de los rechazados, de los pobres. Jesús les invitaba, nos invitaba a descubrir la buena noticia, el reino del amor y de la justicia. ¿Yo puedo comulgar?, preguntaba uno. El cura dice que Jesús nos invita, le contestaba otro.

El tema central era la resurrección: Ningún poder puede destruirnos si vivimos la
buena noticia de Jesús, el amor y la solidaridad o comunión, se proclamaba, y
adaptábamos el lenguaje y la liturgia a su capacidad de comprensión. Un día preguntaba un chaval a uno de los curas sobre la resurrección. El cura intentaba explicarle y el chaval respondió: No lo entiendo, pero cuando te mueras, me cojo de tu mano y, a donde vayas, voy. Poco después recordábamos, en una eucaristía, la petición de Dimas a Jesús en la cruz: Acuérdate de mí cuando estés en tu reino.
Juntos hemos ido descubriendo la fe como el motor de nuestras vidas. Los
chicos y chicas y las madres han comprendido pronto los gestos liberadores de Jesús de curación y de expulsión de demonios: tu fe te ha curado. Entendemos que nuestra fe
consigue hacernos salir de situaciones de impotencia y nos hace superar miedos: ¿por
qué tenéis miedo, hombres de poca fe?

Inicialmente hemos intentado bucear en el Jesús histórico para descubrir en
quién creemos. Se han ido identificando, así, con el Jesús que da la buena noticia a los pobres y, poco a poco, han recuperado la capacidad de autoestima y la ayuda a los otros. Incluso han llegado a intuir la resurrección no de una manera conceptual, sino como el grito de que ningún poder puede destruir nuestra vida humana y espiritual. La vida personal y la fe se han ido integrando de una manera progresiva, en un recorrido paulatino.

Los otros

Desde los comienzos ha acudido gente de todas partes, además de la propia del
barrio, profesionales de distintas áreas en un intento de colaboración, abogados, jueces, fiscales, empresarios, estudiantes de educación y trabajo social, psicólogos, médicos, etc. La expresión ha sido habitual: venimos a ayudar y son los chicos y las madres los que están dando sentido a nuestras vidas. De ahí que algunos se hayan quedado a vivir entre nosotros o se lleven a chavales a vivir a sus casas, hasta un magistrado que, en lugar de juzgar a un chico, se lo llevó con su familia.

También vinieron en su momento los insumisos y sus madres, que se organizaron como las de los chavales de la calle, más adelante los “okupas”, que hasta nos pidieron que sus padres pudieran venir a la eucaristía. Los gitanos venían más individualmente, pero acogimos a cuarenta y dos miembros de cuatro familias que habían echado a la calle y estuvieron dos meses y medio alojados en la parroquia a
finales de 1998 hasta que, por la lucha de todos, conseguimos que les dieran casa en un poblado gitano. Desde ese momento muchos de ellos se han incorporado a la
convivencia parroquial.

A comienzos de 2001 acudieron setenta emigrantes que estuvieron cerca de siete
meses en la parroquia, durmiendo en colchones en el suelo. Reivindicaban sus papeles,
pero no tenían sitio donde ir. En ese tiempo buscamos viviendas y trabajo, quedando
muchos en nuestras casas, sobre todo los marroquíes. Comparten nuestras celebraciones, rezan con nosotros y, cuando hay muchos, los musulmanes leen el Corán,
que traducimos, uniéndonos también a su oración, sintiéndonos hijos del mismo Padre.
En consecuencia nos reunimos, desde hace años, gente de toda condición social,
desde las clases más altas a las más bajas, frecuentamos las casas unos de otros, el
compartir se ha hecho una realidad y de ahí ha surgido también la fiesta común en la
parroquia que hace superar tanto sufrimiento.

La celebración de la Fe

Es la consecuencia de lo que vamos viviendo juntos, de la conjunción entre nuestra vida, nuestra lucha y nuestra fe, compartiendo casa, trabajo, comida, situaciones
difíciles y la multiplicación de lo que recibimos gratis. Celebramos las Cenas del Señor de la manera más sencilla que sabemos para que la liturgia sea inteligible para todos, recordando la frase de San Agustín: fortiter in re, suaviter in modo. Aplicada a la liturgia, para que el contenido penetre, sé muy sencillo en la forma.

Con la fe y la resurrección celebramos el perdón y esto también es paulatino. El
perdón entre chavales, algunos muy violentos, nuestro perdón a ellos, que nos han
hecho muchas faenas, el perdón de ellos a nosotros por nuestras recriminaciones y
tantas faltas de paciencia y comprensión. El perdón a policías, enemigos naturales,
sobre todo a los que han torturado y matado a algún chaval, el perdón a funcionarios de prisiones o a determinados jueces, ha resultado muy difícil. Pero hoy entienden y
entendemos, gracias a la cercanía de muchos de ellos, la diferencia que existe entre el estamento al que se pertenece y la persona. Hemos comprendido que acogernos y
ayudarnos es lo que nos posibilita cambiar de conducta a unos y a otros.

Conclusiones

El recorrido de nuestra parroquia ha consolidado una asamblea, una comunidad,
encarnada en el mundo de la exclusión como lugar social, no geográfico. Cualquier
recorrido que deba hacer esta parroquia en el futuro tiene necesariamente que respetar la esencia de esta comunidad parroquial, de relaciones humanas fraternas, solidarias y justas.

a. Somos parroquia que vive y celebra la fe. Hemos encontrado en la comunidad parroquial la oportunidad de vivir nuestra vinculación como creyentes abiertos a la situación presente y acogidos por la realidad de la marginación.

b. Descubrimos cómo el lugar social de la exclusión es el espacio vital de los preferidos de Jesús. El mundo de la exclusión social, que nos llama y convoca, acoge nuestro compromiso vital para darnos la oportunidad de hacer realidad lo anunciado por Jesús en el Juicio Final: Porque tuve hambre y me disteis de comer, sediento y me disteis de beber… (Mateo 25, 31-46).

c. Descubrir la fe de la mano de los pobres nos ha hecho entender que el
anuncio de la Buena Nueva es una Palabra ofrecida a todas las personas, desde el lugar de los últimos, que se ha de encarnar en “anunciar la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver, poner en libertad a los oprimidos y anunciar la amnistía de parte de Dios” (Lucas 4, 16-21)

d. Es tarea primordial, desde la comunión eclesial, cuidar de los miembros más débiles, por lo que es importante recordarnos que Jesús supeditó la ley al ser humano y a la fe.

e. El lugar social de aquéllos que viven en la pobreza: toxicómanos,
inmigrantes, presos, enfermos de Sida, prostitutas, familias sin recursos,
mujeres maltratadas, homosexuales, menores, familias separadas… nos ha llevado a celebrar la fe desde expresiones inteligibles y significantes, que nos ayuden a reconocernos en la comunión de quienes se sienten discípulos del Dios de Jesús.

f. Vivir la fe en la Iglesia, desde esa pasión esperanzada que nos provoca el
evangelio de Jesús, nos ha vinculado a personas de todo tipo y condición.
Compartir la mesa de Jesús ha sido sentarnos, en torno ella, creyentes y no
creyentes; ateos y escépticos; ricos y pobres… todos aquéllos con quienes, aun no compartiendo inicialmente la fe en el Dios de Jesús, sí compartimos la fe en el ser humano desnudo, vivida al estilo de Jesús (Marcos 7, 24-30).

g. Es necesario no sustraer al mundo de los pobres una parroquia que, ya de hecho, viven como referente y casa donde morar. Los excluidos tienen derecho a tener su parroquia. Mantener la comunidad parroquial,que es referente imprescindible para muchos de sus miembros en la vida diaria y de fe, no puede en modo alguno ser sustituida.

Entrevías, Julio de 2007